Puede que sea un caso aislado, pero cuando vas allí a vivir las cosas de primera mano te das cuenta que te aferras a algo que ya no existe, que vive de tu ilusión, pero justamente es esa ilusión lo que hace que sea cada vez algo más íntimo, más tuyo, lo que te conforma como individuo. Y es que por encima de todo, debe primar el individuo, con sus intereses, aptitudes, ambiciones, inquietudes y todos los "-es" que queráis añadir. El sentimiento de hermandad, ese asentamiento de pertenecer a un colectivo, hace tiempo que murió en mí. Vivo como individuo, puedo compartir más o menos intereses con un grupo concreto de personas, pero identificarme con ese grupo es algo que deseché hace tiempo.
Está de sobra hablar de lo que significa para mí o lo que deja de ser; yo lo sé y eso me basta; pero cuando el consumismo te invade, necesitas algo que te haga reaccionar, algo más allá de ese pieza acuarelada.
Y de pronto te encuentras con ello, y sientes que se te encienden las mejillas y no precisamente del frío, puede que incluso se te escape una lágrima o una sonrisa burlona.
Porque esa comercialización masiva de valores, de unos valores que nos han hecho creer como si fuesen las Sagradas Escrituras dejan de tener sentido cuando los prostituyes tan a la ligera. Valores que hemos querido materializar, que hemos querido amoldar a nuestro yo interior, valores prefabricados. Prefabriados porque nos los hemos inventado para encontrar alguna raison d'etre a lo que somos.
En una visita a la ciudad de Osaka me encontré probablemente con uno de los carteles más significativos y que mejor pueden reflejar lo que soy (iba a utilizar "somos" pero si yo no me identifico con un colectivo, puede que simplemente ese colectivo no se identifique conmigo y se sienta confrontado con mi opinión). Está grabado en mi corazón desde que lo ví, cosido con hilo de oro en mi realista locura.
Cada detalle de nuestro ser no es más que una reinterpretación de todos los inputs que recibimos.
